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5 de octubre de 2015

Palabras del ministro del Interior y Seguridad Pública en homenaje a Bernardo Leighton

Secretario de Estado intervino en homenaje realizado en el Museo de la Memoria.

[VOCATIVOS]

Agradezco la invitación a esta ceremonia que recuerda el atentado a Bernardo Leighton y a su esposa Anita Fresno, perpetrado por sicarios de la dictadura en Roma en 1975.

Esta ocasión es muy especial, como también lo son otras que permiten rememorar la figura señera de un político que por sus valores ha sido considerado, un ejemplo, un político ejemplar, que encarnó las virtudes y valores superiores propios de un cristiano comprometido, que se entregó en cuerpo y alma al servicio del prójimo, por medio de la acción política.

Bernardo Leighton jamás dudó, incluso en las situaciones más complejas y difíciles, debía tener presente que no hay excusas para dejar de lado principios encarnados del mensaje evangélico.

Tales principios no siempre suponen una actitud pasiva y condescendiente frente a males sociales, como la injusticia o la falta de libertad y democracia. No era ajeno a su visión el ejemplo del reproche decidido de Jesucristo a los mercaderes del templo.

Desde muy joven, primero en los patios y aulas del colegio San Ignacio y luego como estudiante de derecho en la Universidad Católica, dio muestras de su irreductible rechazo a toda forma de dictadura, del signo que fuere. Ello quedó demostrado en 1931, en el liderato que asume para poner término a la dictadura de Carlos Ibáñez, logrando convencer a sus compañeros de la Universidad Católica a suspender las clases como repudio al gobierno y además “invitar” a todos  los ciudadanos a declararse en huelga.

De igual manera Leighton se oponía a todo intento de trastocar el estado de derecho. En ese mismo año, aceptó el encargo del Ministro del Interior para interceder ante un grupo de marinos sublevados en Coquimbo a bordo del acorazado Almirante Latorre. Logró ser recibido por los marinos, conversar con ellos y de esa manera contribuyó a que se pusiera fin al amotinamiento.

Leighton ya entonces daba muestras de la vocación que no abandonará en toda su vida. De la brillante generación de estudiantes católicos es el primero en dar el paso a la política, al incorporarse a las filas del Partido Conservador.

Leighton tenía muy buenas razones para no hacerlo. Por de pronto, su rechazo a las malas prácticas inveteradas de los conservadores, como el cohecho, que a los jóvenes les parecía un verdadero escándalo. Pero por sobre todo, Leighton no podía sino discrepar de la política confesional y reaccionaria que era propia del conservadurismo, una muestra de la cual, se expresa en el discurso pronunciado por el Senador Héctor Rodríguez de la Sotta en la Segunda Convención del Partido Conservador. Algunos párrafos ilustran las ideas incubadas en el seno de la dirigencia de ese partido: “Que hay pocos ricos y muchos pobres es un hecho natural inevitable, que existirá mientras el mundo sea mundo Está dentro del plan providencial que así sea”. Y más adelante agrega: “Para que los hombres puedan vivir sobre la tierra es indispensable que haya pobres y ricos. Así, unos trabajarán por el incentivo de la riqueza y otros por el aguijón de la pobreza”

Tales palabras causaron un profundo disgusto en Leighton quien, sin embargo, pasó a militar en ese partido, acción que fue seguida por esa pléyade de jóvenes que luego dieron vida a la Falange Nacional, antecesora de la Democracia Cristiana.

Frente a tantas y profundas diferencias, ¿qué llevó a esta generación brillante a seguir el camino de a quien Eduardo Frei Montalva, llamaba el “hermano mayor”?

Jorge Cash, en su “Bosquejo de una Historia” discurre que la motivación central residió en la esperanza de conquistar las capas medias del viejo partido, al estar en contacto con gente sin mayor conciencia política que obedecía al sentimiento de “lo católico”.

El grupo de jóvenes prontamente logró un importante grado de autonomía. Recorrieron incansablemente todo el país, creando núcleos de jóvenes falangistas que en 1937 alcanzaban a los veinte mil. La culminación de este tremendo esfuerzo fue la concentración de más de ocho mil jóvenes venidos de todo el país, repletando por primera vez el Teatro Caupolicán.

Esta verdadera cruzada fue encabezada por Bernardo Leighton, quien fue guía y conductor de su generación, con dotes de organizador, difícil de igualar, con una autoridad y ascendiente que hacían de él más que el primo inter pares, sino el jefe, el primero, el hermano mayor. Condición que los demás reconocían y los inducía a ir tras de él.

Radomiro Tomic señala que  además de su liderazgo poseía la virtud, que no es frecuente, de tomar decisiones y llevarlas a la práctica con irreductible determinación.

Patricio Aylwin, lo define como el líder moral que hablaba y actuaba con serena autoridad. Jaime Castillo lo describe con magistrales palabras: “era un ejemplo por su actuación, por su forma de ser y uno sentía la necesidad de seguirlo. Bernardo Leighton era una persona a la cual se lo sigue aunque existan diferencias”.

Bernardo Leighton, de cara a la inmensa tarea que se propuso, fue el hombre providencial, el que debía estar ahí en ese momento, para cambiar el rumbo de la historia. Varios de sus seguidores, los de entonces y los que después vinieron, creyeron ver en él a un santo, un santo laico, que aparece en la política en el medio menos propicio para la santidad en el que la ambición de poder suele predominar. Por el contrario Bernardo Leighton jamás buscó posiciones de poder, más bien las aceptó con humildad, sin jamás hacer abuso de ellas. Nunca ejerció su liderato con ánimo personalista. No se entiende la existencia de Leighton como político de alto vuelo, sin considerar su integración a la generación de jóvenes que, junto a él, fundaron la Falange Nacional. Eran una verdadera comunidad de pensamiento y acción. Cada uno de ellos, Frei, Tomic, Palma, Reyes y Garretón y los demás, aportaron sus diversas personalidades y sus particulares talentos, pero todos abrazaban la misma causa: la búsqueda de la libertad y la justicia social en un mundo en que ambas eran negadas o suprimidas, por poderes dictatoriales o totalitarios que dominaban campantes en casi todas las naciones.

Para los jóvenes falangistas la tarea intelectual formaba parte esencial de su quehacer. Las tesis de graduación de los estudios de derecho de Frei y Leighton dan cuenta de ello. La de Frei versaba sobre “El régimen del asalariado y su posible abolición” y la de Leighton sobre “La propiedad rústica y los gremios agrícolas”. Esto último revela hasta qué punto el tema del régimen semi feudal, que predominaba en el campo chileno, era una preocupación fundamental  y componente privilegiado del programa falangista. De hecho, ya en sus primeros documentos, la Reforma Agraria ocupaba un lugar central. Este interés por la cuestión agraria proviene de la realidad económica y social que bien conocían, al formar parte de un partido de grandes hacendados, con signos aristocráticos.

Para estos jóvenes, terminar con el latifundio improductivo y la explotación de que eran objeto los inquilinos, era un propósito principal; constituía lo que en términos freudianos es la “muerte del padre”, para alcanzar la liberación. Esta idea primigenia inspiró lo que decenios después fue la Reforma Agraria y la sindicalización campesina. Iniciativas que con seguridad son uno de los cambios estructurales más importantes del siglo XX.

En el accionar político, Leighton se basó en principios  que no abandonó en toda su vida.  Junto a sus reconocidas dotes de gran y eficaz organizador, su conducta práctica siempre se ciñó al respeto a amigos y adversarios. La fraternidad y la práctica democrática auténtica sin claudicaciones, prefiguran, según Bernardo Leighton, la sociedad a la que se aspira construir.

Creyó y practicó los medios pobres y la no violencia activa. Sin proponérselo fue un ejemplo de vida austera y sin ostentaciones. Su método preferido era la conversación, a la que no llamaba diálogo, el que seguramente consideraba algo formal. La conversación, se daba muchas veces caminando por las calles, ocasiones en las que se detenía a intercambiar ideas y opiniones con mucha gente que se le acercaba. Nunca se le escuchó una mala palabra, ni un acto agresivo. La conversación para Leighton no tenía límites.

Por su trato amable con todos por igual, llevó a Ricardo Boizard a llamarlo el “Hermano Bernardo”.

Pero este hermano, el mismo que en los inicios Frei Montalva llamó el “hermano mayor”, actuó en la política con el vigor, la entereza y el carácter que se requiere para convencer y también para vencer en la competencia que forma parte de la política.

Muestras de autoridad y carácter dio a lo largo de toda su actividad pública.

Desde la invitación a la huelga general para derrocar la dictadura de Ibáñez en 1931,  hasta su lucha sin cuartel para derrocar a la otra dictadura, la que se impuso el 11 de septiembre de 1973, lucha que le valió el exilio y el intento de asesinato de él y su esposa Anita Fresno.

Leighton ejerció activamente la política, fue parlamentario y ministro en varios gobiernos: Ministro del Trabajo con Arturo Alessandri Palma, de Educación con Gabriel González Videla y del Interior con Eduardo Frei Montalva.

Al aceptar, en 1937, integrar el gabinete de Alessandri Palma le espetó: “hay que realizar una política que le dé confianza a los trabajadores y no solamente a los dueños del capital”.  Cuente con mi respaldo, contestó el presidente.

Su participación en el gobierno no fue muy duradera ya que renunció al ser requisada la revista satírica Topaze. Leighton era intransigente en la defensa de la libertad de expresión.

Su vida política continuó activa y permanente. En ella hay acontecimientos bien documentados, vinculados a lo más importante en una democracia presidencialista: la elección de candidatos a la primera magistratura. En los comicios de 1938 tuvo un significado definitorio en la trayectoria de Leighton y la Falange Nacional.

El Partido Conservador proclamó a Gustavo Ross, “el mago de las finanzas”, como candidato para competir con Pedro Aguirre Cerda, representante del Frente Popular. Los falangistas decretaron la libertad de acción en el entendido que era una opción de cada uno para “trabajar” o no por Ross, en ningún caso para no votar por el candidato oficial.

Aguirre Cerda derrotó a Ross por no más de dos mil votos.

Ross disconforme con la legitimidad del resultado, pidió a los mandos superiores del Ejército y Carabineros que se pronunciaran sobre el resultado. El general Arriagada respondió: desconocer el triunfo del candidato de la izquierda “sería atropellar la voluntad popular”.  Esta fue la actitud del general René Schneider, lo que le costó la vida.

Los partidos de derecha culparon a los falangistas de la derrota, poniendo en duda si sus votos fueron para Gustavo Ross. Esta pugna fue una de las poderosas razones para la ruptura y la consiguiente independencia de la Falange y su constitución como partido independiente.

En 1946, otra elección presidencial tuvo para la Falange consecuencias que marcaron un hito en la vida de Bernardo Leighton. En el llamado “Congreso de los Peluqueros”, se enfrentaron dos posiciones. Leighton, como presidente del partido, encabezó la línea llamada “popular”, preconizando la candidatura de Gabriel González Videla, candidato su Partido Radical, del Partido Comunista y otras organizaciones de izquierda. Tomic, por su parte, defendió la postulación de Eduardo Cruz Coke, miembro de la fracción social cristiana del partido conservador.

Las posturas eran bien perfiladas: Tomic consideraba que el apoyo a Cruz Coke era una gran oportunidad para dar a conocer y expandir las ideas social cristianas. Leighton por su parte, buscaba para el partido abrir canales de comunicación con el movimiento popular. Así como lideró el ingreso al Partido Conservador en 1933, para capturar el voto católico, trece años después, con similar lógica, creía necesario participar en una postulación que permitiera penetrar en el mundo obrero.

Leighton fue vencido por escaso margen. Otto Boye, en su libro “Hermano Bernardo” señala que Leighton con esta derrota pierde el liderato exclusivo que detentaba hasta ese momento y que ahora pasa a compartir con varios otros esa primacía política y moral.

Elegido Eduardo Frei Montalva presidente de la República designó a Bernardo Leighton como su ministro del interior. Sabía que no había ningún otro que pudiera ejercer ese cargo con tanto talento, capacidad política, carácter y autoridad, y en quien podía confiar el mando del gobierno cuando ocupara el cargo de vicepresidente de la República. Dos episodios revelan la personalidad con que Leighton encaró la tarea encomendada por el presidente. A las pocas semanas, denunció la situación de derechos humanos en Cuba y desafió a Fidel Castro a venir a Chile para que comprobara con sus propios ojos las ventajas de la revolución en libertad en comparación a la suya, en la que la libertad brillaba por su ausencia. Castro, por su parte, aceptó el reto y le devolvió la mano invitándolo a que visitara su país para demostrarle que lo que él pensaba de Cuba y su régimen eran inventos de sus enemigos. El presidente Frei le pidió que no continuara con esta disputa inconducente, poniéndole fin a este episodio.

Otra situación en la que Leighton demostró su intransigencia con cualquier intento de subvertir el orden constitucional, ocurrió cuando accionó judicialmente contra  a la directiva del Partido Nacional, el principal partido de oposición de derecha, acusándola de estar complotando con sectores de la Armada. Un recurso de amparo interpuesto puso en libertad rápidamente a los dirigentes opositores. En todo caso, el Ministro del Interior puso de manifiesto que no iba a permitir intento alguno de atentar contra el régimen democrático.

Fue opositor al gobierno de Salvador Allende y concurrió con su voto a aprobar, el 22 de agosto de 1973, el Acuerdo de la Cámara de Diputados en el que se representaba al Presidente de la República y a los Ministros del Estado miembros de las Fuerzas Armadas y Carabineros, el grave quebrantamiento del orden constitucional en que estaba incurriendo el gobierno. Años después, en el exilio, Leighton expresó que había sido un error haber involucrado en el Acuerdo de la Cámara de Diputados a las Fuerzas Armadas y Carabineros, con lo que se dio lugar a la idea de que quienes suscribimos dicha declaración lo hicimos con la intensión de provocar un golpe de estado, lo que en ningún caso estuvo en el ánimo de los demócrata cristianos.

Así como fue un decidido opositor al gobierno de la Unidad Popular, con la misma fuerza rechazó el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973. Cuarenta y ocho horas después del golpe de estado, se manifestó, junto a otros 12 democratacristianos, contra la dictadura recién instaurada. Desde allí su destinó quedó marcado. Por cierto no se amilanó. La causa era más importante que su seguridad y, aunque había sido advertido que podría sufrir un atentado, recorrió Europa manifestándose en contra de los horrores que ocurrían en su patria; bregando, desde el primer día, por el retorno de la democracia.

En esos convulsionados días de 1973, el 16 de febrero Eduardo Frei Montalva dirigió una carta a Bernardo Leighton en la que le expresó: “has sido el fundador de nuestro partido. Y, más que eso, yo diría su espejo moral. En la historia política de Chile, hay pocos ejemplos de un hombre que se haya movido más desinteresadamente, más limpiamente. Nunca has buscado ni el brillo ni el beneficio personal. Siempre te ha interesado Chile y su democracia como supremos valores que inspiran tu conducta”.

Qué más se puede agregar a las elogiosas palabras de Frei Montalva. Solo nos cabe seguir el ejemplo de quien hizo de la política un acto de servicio y de entrega a los demás.

“En definitiva don Bernardo es recordado de muchas buenas maneras; como un demócrata comprometido; como un dirigente universitario valiente, como un católico comprometido, como un político de convicciones. Pero si tuviera que elegir una de sus muchas virtudes, elijo decir que fue un gran ser humano, que no vaciló a la hora de vivir como pensaba, de practicar lo que sostenía como ideal de sociedad”,

Muchas gracias.